28 agosto 2006

Espejismo

Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver... Tarareo este verso de una canción mientras mis pies caminan hacia el lugar donde nos conocimos. ¿Las razones suicidas que me mueven a hacerlo? La nostalgia o la esperanza de verte de nuevo, quién sabe. El caso es que ya he llegado a mi destino. Me inunda una oleada de recuerdos. Frases, caricias, besos, recuerdos que resurgen vivos en la mente. Mi mirada se posa en la esquina donde hablamos por primera vez. No puede ser... Estás ahí. Restriego mis ojos para cerciorarme que esto no es fruto de mi imaginación. Sigues allí sentado en la misma banqueta, dándome la espalda, ajeno a mi sorpresa. Camino hacia tí, la gente impide que avance. Esquivo los obstáculos para llegar a esa banqueta, pero ya no estás. ¿Ha sido un espejismo? El latido desbocado de mi corazón es tan real...

21 agosto 2006

Desde la sombra (IV)

Tenía la mirada ausente. Las frases que acababa de leer resonaban en su cabeza. Nunca te engañé con ninguna mujer. Cuántas noches esperó sentada a que la puerta se abriera. Cuántas noches desperdició sufriendo al imaginarlo con alguna otra mujer. Era injusto. Ahora sabes cuál fue mi segunda vida, aquella por la que sacrifiqué la primera, ésa en la que tú estabas. La anulé para protegerte... Cuánta vida desperdició entregándose a hombres que no le importaron por despecho. Cuánta vida había tirado por la borda dejándose llevar por la rabia. Y ahora esa carta convertida en cenizas. Estaba confusa.

El ruido de una llave hurgando en la cerradura la sacó de sus pensamientos. Corrió hacia la cocina a por un cuchillo, alguien estaba entrando. Se escondió en la alacena, acurrucada tras una banqueta. Los latidos acelerados del corazón retumbaban en sus oídos. Vio unas botas a través de la rejilla de la puerta. Cortó su respiración para no hacer el mínimo ruido. Las bisagras chirriaron y un hombre menudo apareció frente a ella. Era El Cangrejo.

- Lo siento Dolores, sabes demasiado.

El silenciador de la pistola amortiguó el sonido del disparo letal. El Cangrejo se agachó para escudriñar el cadáver. Sonrió satisfecho. De repente, sintió una presencia tras su espalda. El escaso segundo que tardó en girar la cabeza le bastó para ver a su asesino. Luego todo se volvió blanco y sintió como el frío metal del cuchillo atravesaba su corazón. Óscar cogió el arma y contempló los cadáveres de Dolores y El Cangrejo en el suelo de la cocina. Aquello era demasiado.

- Se acabó el juego.

Los periódicos de aquella semana recogieron diariamente los avances de la investigación policial en el caso de las muertes del reportero Óscar Salinas, su mujer Dolores Jiménez y David Moreno, alias El Cangrejo. El forense apuntó que el arma del crimen había disparado al periodista y a su mujer. Sin embargo, el cuerpo de Óscar presentaba dos disparos, uno en el pecho y otro en la boca. La policía no encontró huellas en el cuchillo, tampoco en la pistola. La falta de un móvil coherente hizo que el caso se cerrara como un crimen pasional. Los narcotraficantes aliados del Cangrejo respiraron tranquilos. Cientos de kilos de cocaína pasaban ahora a sus manos.

16 agosto 2006

Desde la sombra (III)

Entre las facturas y la propaganda, Dolores sacó del buzón una carta sin remitente. Sus manos temblaron. La persona que había expedido aquella carta era inconfundible. Nadie en la era de los ordenadores escribiría con una Olivetti, sólo él. Defecto profesional ¿Qué querría? ¿Por qué ahora? Subió corriendo hasta su casa, tiró el bolso en la mesa y se sentó en el sillón. A duras penas, sus dedos temblorosos rasgaron el sobre. Comenzó a leer.



Querida Lola,

GRACIAS. Si ahora lees estas líneas, has conseguido superar tu inmensa rabia hacia mí y abrir esta carta sin romperla en pedazos. En realidad, es lo que merezco, yo lo hubiera hecho, pero tú siempre fuiste más generosa que yo. Me parece estar viendo tu rostro, con la ceja arqueada, como siempre que algo te disgusta. Hasta enfadada te ves guapa. Perdona, no quiero que te enojes antes de empezar a leer.

Te preguntarás qué me impulsa a escribirte ahora. Ni yo mismo lo sé. Quizás sea el miedo a morir. Quizás sea la necesidad de compartir mi secreto. Necesito contarte por qué desaparecí de repente, tal vez sea la última vez que tengas noticias mías. Sólo quiero que sepas que los años que estuve contigo nunca te engañé con ninguna mujer. ¿Recuerdas aquellos viajes misteriosos que a tí tanto te escamaban? Siempre pensaste que tenía una amante. Sufriste mucho por ello, soy consciente, pero preferí alimentar tu desconfianza a darte a conocer la verdad. ¿Recuerdas que te decía que estaba grabando un documental en el Amazonas? Era mi tapadera cara al público, una justificación de mi ausencia en los medios de comunicación. La realidad era que me había infiltrado en una mafia de drogas y tratas de blancas. No podía meterte en ese mundo, lo entiendes ¿verdad? Si me pillaban, moriría yo. Pero si por un casual, alguien supiera que tú existías, hubieras sido la moneda de cambio. No podía permitir eso.

Al principio, fui un testigo mudo de aquellas operaciones de narcotráfico. Lanchas clandestinas que llegaban a costas gallegas. Blanqueamiento de cuentas millonarias. El Cangrejo había escalado posiciones a ritmo vertiginoso en el mundillo de las drogas, sus días como simple camello habían quedado muy atrás. Y yo era su único hombre de confianza. Luego vinieron las extorsiones, los secuestros, las misteriosas desapariciones. No pude soportarlo más. Le dije al Cangrejo que prefería manterme al margen de todo eso. Craso error. "Sabes que el que entra en este mundo, ya no sale" fueron sus últimas palabras.

Por eso desaparecí, Lolita. Ahora sabes cuál fue mi segunda vida, aquella por la que sacrifiqué la primera, ésa en la que tú estabas. La anulé para protegerte, aún sabiendo que te perdería. Espero que puedas perdonarme algún día.

Quema esta carta en cuento termines de leerla, podría comprometerte. Cuídate y sé feliz.





Dos lágrimas surcaron las mejillas de Dolores. Acercó una cerilla a la carta y contempló cómo el fuego reducía a cenizas su último recuerdo de Óscar.


04 agosto 2006

Desde la sombra (II)

Era septiembre del año 1984. Yo acababa de cumplir diez años y nos habíamos mudado a un pueblo cercano a Barcelona. Mi primer día de colegio fue un auténtico infierno. Todos los niños jugaban a fútbol en el recreo, mientras yo comía un bocadillo sólo en una esquina. De repente, un grupo de mayores hicieron corro en torno a mí. Era el nuevo, y claro, como en todo sistema social, debía aprender quién mandaba y quién obedecía. Todo empezó con unas burlas. Yo callaba, preferí no provocar a aquella panda de salvajes. Pero el asunto se puso feo cuando alguien me pegó un empujón y yo hice amago de pegarle un puñetazo. Me trincaron de los brazos y comenzaron a patearme. No tuve tiempo ni de que me saltaran las lágrimas. De repente, un chico de tez morena, bajito, menudo, apareció en medio del barullo. "Así ya podréis, nenazas, seis contra uno" dijo. El que parecía el líder se acercó a él. El resto me soltó y yo me quedé en el suelo, magullado, atónito por aquella nueva escena. Un nuevo corro se formó entre el aparente líder y el recién llegado. El jefe de los salvajes le sacaba dos cabezas al moreno, pero esto parecía importarle bien poco. Sus puños estaban crispados, su mirada clavada en el líder echaba fuego. En un visto y no visto, el pequeño cogió impulso y embistió con todas sus fuerzas sobre el estómago de su contrincante, que cayó al suelo con la respiración cortada y los ojos en blanco. El patio del colegio es un reflejo de nuestra condición más animal. Caído el lider en pelea, el vencedor se ensalza como nuevo jefe de la manada. Nadie más volvió a meterse conmigo. Y así comenzó mi estrecha amistad con David, El Cangrejo.

De los años siguientes en el colegio guardo un buen recuerdo. A los trece años descubrí que las niñas dejaron de ser compañeras de juego para transformarse en un oscuro objeto de deseo. En mi aula había una chica de larga melena rubia y ojos claros, Laura, que me volvía loco. Fue mi primer amor y con ella descubrí por primera el maravilloso juego de los cuerpos desnudos. Fue un sábado por la tarde, mientras paseábamos por el monte a solas. Me hubiera gustado que aquel momento hubiera sido romántico, la chica realmente me gustaba, pero con mi efervescencia hormonal y ese cuerpo pálido y hermoso frente a mí, más bien fue un aquí te pillo, aquí te mato. Luego Laura se fue con un chico de veinte años. Las adolescentes siempre prefieren chicos mayores, se supone que son más maduros, aunque pondría mi mano en el fuego a que aquel chico pensaba lo mismo que yo: sexo. Con esa edad los males de amores duran más bien poco, y a las pocas semanas ya iba correteando tras otras faldas.

Aquellos años de adolescencia David y yo éramos como uña y carne. Por alguna extraña razón, El Cangrejo acababa siempre con malas compañías. A mí me divertía aquel rol de chicos malos, sabía distinguir bien cuál era el límite de aparentar y ser. Las primeras juergas bañadas en alcohol se nos quedaron cortas en seguida. Pronto llegó la cocaína y con ella, nuestras primeros contactos con gente peligrosa. El Cangrejo nunca tuvo consciencia de peligro, jamás. Vio que igual que él consumía, la gente de su alrededor también lo hacía, y aquello podría ser un buen negocio. Preferí mantenerme al margen de los trapicheos del Cangrejo, un punto de mi sentido común me decía que aquello podría meterme en problemas. Y así lo hice, El Cangrejo se iba forrando de billetes con sus negocios, y su entorno de amistades (por llamarlas de alguna forma) se hizo cada vez más misterioso, más siniestro. Pensaba que mi postura neutral no me traería problemas, pero no tuve en cuenta que esta situación podría conllevar daños colaterales...