02 febrero 2006

Los amantes


La pasión es un pozo sin fondo que no atiende a lógicas ni razones. Me di cuenta aquella noche.
- ¿Sabes dónde estamos?- me preguntó sonriendo
- No- contesté.
- Eres un pequeño desastre- dijo riendo a carcajadas. El hecho de verme desubicada por completo le divertía. Llevaba diez años en aquella ciudad, pero mi sentido de la orientación seguía siendo nulo. El resto del camino no mediamos una sóla palabra. De vez en cuando le miraba de reojo, para estudiar su cara, concentrada en la carretera. Le había conocido en una discoteca hacía tres meses y seguía siendo un completo desconocido. Un frenazo me despertó de mis pensamientos.
-Vamos a salir del coche-
Así lo hice. Por un segundo le había perdido de vista en la oscuridad, hasta que sentí como sus manos agarraban las mías y me empujaban contra el capó del coche. Noté el frío del metal en mis pechos. Deslizó sus manos bajo mi vestido rojo y me tapó la boca. Pronto le sentí dentro de mí de una forma salvaje. Me dio la vuelta y me levantó por las corvas, entrando en mí una y otra vez, hasta dejarme sin aliento. Cuando sentía los últimos espasmos y la consciencia había volado lejos, él se desplomó sobre mí, emitiendo un gemido ahogado. Estuvimos así un rato, sin movernos. Tenía su cabeza escondida en mis brazos y me acariciaba la espalda.
Decidimos entrar en el coche, hacía frío. Un incómodo silencio se hizo dueño del ambiente.
-No estoy sólo- dijo mirando la brasa de su cigarro.
Aquella frase rezumbó en mis sesos. Tras un primer momento de desconcierto, aquellas tres palabras adquirieron una forma definida. Todo parecía cuadrar de repente. Los viajes a Madrid, los constantes mensajes al móvil, su reticencia a que yo le llamara, sus silencios. Sin embargo, había una pieza que no encajaba del todo en ese diabólico puzzle: su forma de mirarme. Respiré hondo para tranquilizarme. Sin saber muy bien por qué, aquellas palabras brotaron de mis labios:
-Me da igual-
Había firmado mi sentencia de muerte.

01 febrero 2006

Rayuela

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
Julio Cortázar