21 noviembre 2006

Déjà vu

Aquel cuarto era más bien sobrio, con un par de retratos en la pared y una pequeña mesilla para dejar utensilios. Envuelto en el humo de su pipa, un hombre delgado leía plácidamente una novela en su sillón de mimbre ajeno a lo que sucedía a su alrededor. La novela trataba de un hombre sediento de venganza, dispuesto a ajustar las cuentas al hombre que le hundió en la miseria. El personaje del relato había pasado cinco años en la cárcel por un robo que no cometió. Durante todo aquel tiempo en prisión había planificado al milímetro su crimen. Con la fiebre del odio corriendo por sus venas, caminaba a paso rápido por las calles sin mirar a nadie por el camino. Nadie podría frenarle, nadie. Llegó al portal de la futura víctima y respiró hondo. La luz de la habitación del objetivo de su crimen estaba encendida, todo iba según lo previsto. Subió las escaleras sigilosamente y se detuvo frente a la puerta. Con la maestría de un ladrón de guante blanco, saltó la cerradura de la puerta con dos hierros retorcidos. Al fondo del pasillo se escuchaba la Novena Sinfonía de Beethoven. Esgrimió con fuerza el puñal y se acercó a aquel cuarto más bien sobrio, con un par de retratos en la pared y una pequeña mesilla para dejar utensilios. Envuelto en el humo de su pipa, la víctima leía plácidamente una novela en su sillón de mimbre ajeno a lo que sucedía a su alrededor...

07 noviembre 2006

No

La última llamada fue la detonante. Él le comentó que podrían ir a casa de Marta y Alberto, hacía mucho que no los visitaban. Con aire indiferente le contestó que estaba de acuerdo, luego se verían, y colgó. Otra vez las mismas caras, la misma gente. Su vida se había convertido en una espantosa cuadrícula en la que cada momento estaba programado al minuto. Sabía cuando iría a cenar o de vacaciones. Sabía cuándo haría el amor, dónde le besaría, cómo le tocaría. Su vida era absolutamente predecible, carente de sorpresas. El aire le asfixiaba, aunque sabía que sus pulmones funcionaban a la perfección. La falta de misterio le quitaba el aliento y algo se estaba pudriendo dentro de ella. Olía a muerte. Muerte en vida. Se dirigió al coche como un autómata, respiró hondo y agarró firmemente el volante. No tenía ningún plan, ningún destino, pero ése era su impulso para huir. Ni siquiera derramó una lágrima. Ningún pensamiento nubló su mente. Sólo deseaba escapar, matar la mujer que fue para resurgir como el ave fénix y seguir su camino hacia la libertad.