22 octubre 2006

El farero

En el corazón de la bahía, se contempla una pequeña isla coronada por un faro. El único residente insular es el farero, un hombre de poblada barba blanca y ojos brillantes, siempre ataviado con una gorra de capitán y una chaqueta de lana negra. Su paz sólo se ve turbada durante el estío cuando algunos veraneantes se aventuran a llegar a la isla en barcas o a nado desde la costa. El resto del año su única compañía son los libros que va apiñando en los peldaños del faro. De vez en cuando sí rompe su buscada soledad y se acerca al puerto para comprar víveres y tabaco. Los pescadores le saludan con una sonrisa cómplice, que él corresponde con una inclinación de cabeza. Apenas da conversación a los lugareños, la vida en el faro le ha convertido en un ser algo taciturno. Luego vuelve a su atalaya donde pasa horas contemplando el mar embravecido, un mar infinito, sin ley ni amo. Los días de tormenta se sienta junto a la ventana con un café bien caliente y pasa las horas contemplando los dibujos que trazan las gotas al chocar contra el cristal. Sólo entonces añora la calidez del cuerpo de aquella chica rubia de su juventud...

17 octubre 2006

Claustrofobia

Desde que era niña, me han intrigado las historias de suspense y terror. Si tuviera que datar el inicio de esta truculenta afición, diría que fue en mi más tierna infancia, el día que ví aquella película en blanco y negro, cuyo guión bien pudo ser escrito por Alfred Hitchcock. Mi vago recuerdo me impide recordar la trama, así que no seré fiel al relato, pero la esencia de la película quedó bien grabada en mi memoria. Claustrofóbicos y aprensivos, absténganse de seguir leyendo.

La historia comienza en una prisión en la que ingresa un hombre que ha sido arrestado por el robo de una fortuna. La sentencia dicta cadena perpetua para el recién llegado. Las semanas y los meses pasan y el reo traba amistad con el carcelero, al que confiensa su deseo de huir de la cárcel. El centinela le informa que él conoce el modo de escapar sin peligro. Compartirá esta información privilegiada sólo a cambio del botín que el preso robó y que nunca apareció. El presidiario accede a pagar su libertad y le pregunta la forma de abandonar la penitenciaria. El plan es el siguiente: el preso beberá una poción que el carcelero le entregará esa misma noche. El brebaje contiene un fármaco que bajará sus constantes vitales hasta un punto que cualquier médico diagnosticará que está clínicamente muerto. El efecto de este fármaco se mantiene durante 24 horas. En la mañana del día siguiente, encontrarán el "cadáver" del preso en su celda y será enterrado en la fosa común del cementerio que hay a dos cuadras de la cárcel. A medianoche, el carcelero desenterrará el feretro y el preso despertará, libre.

Un escalofrío recorre la médula del preso cuando recibe el brebaje a manos del centinela. Un atisbo de duda aparece antes de llevárselo a los labios, pero su ansia de libertad es más fuerte. Bebe y unas fuertes convulsiones azotan su cuerpo. Su piel palidece, sus labios se amoratan, los músculos se agarrotan, la visión se nubla. El veneno está haciendo su efecto.

-----------------------24 horas después----------------------------

El preso empieza a despertarse. Un fuerte dolor de cabeza martillea sus sienes, pero es la señal de que está vivo. El aire que respira está enrarecido, viciado. Empieza a tomar consciencia de su posición tras su letargo. Está tumbado. Abre los ojos y sólo ve oscuridad. Intenta mover su mano hacia delante y choca contra algo duro. Extiende sus brazos a los lados y vuelve a topar con obstáculos. La angustia empieza a invadir su cuerpo. Sigue en la tumba. Intenta recuperar la calma y piensa que quizás el efecto del fármaco haya sido demasiado corto. El carcelero lo rescatará en minutos u horas. Intenta cambiar de postura para desentumecer su cuerpo y nota algo blando bajo su cuerpo. Lo palpa y siente que está encima de un cadáver. Una terrible duda le corroe las entrañas. Busca en su bolsillo las cerillas que guardaba para fumar. Enciende un fósforo y acerca su débil llama al rostro del cuerpo que yace inerte bajo él. Es el cadáver del carcelero.

Un terrible grito resuena en el cementerio. La cámara enfoca la fosa común y abre el plano mientras se aleja de la tumba. Alrededor no hay nadie para escucharlo...

06 octubre 2006

Instantánea

Llego de la mano de J a la estación de autobuses. Llegamos temprano, aún queda media hora para que salga el autobús con destino a San Sebastián. El ambiente de esta estación siempre me ha parecido algo sórdido. A pocos metros de unos chicos que hablan a través de sus teléfonos móviles de última generación, un grupo de vagabundos pasa la tarde entre cartones de vino. Ganas de aparentar frente a ganas de olvidar. Casi siempre se repite la misma estampa.

Rastreo con la mirada el resto de la estación y una pareja de ancianos en un banco reclama mi atención. La anciana está sentada, con la espalda encorvada, y unos manos nudosas que no paran de temblar. Lleva un vestido blanco de flores y el pelo recogido de forma coqueta con una horquilla. A su lado, un viejo fornido de aspecto saludable, con la chaqueta bien doblada en la mano. La mujer se lleva la mano al pelo, pero el temblor de sus manos hace que todos los cabellos vayan a su cara. El anciano la peina con cariño y le besa la mejilla. ¿Cuántos años habrán vivido juntos? J vuelve su mirada hacia el banco de los ancianos y sonríe.

- ¿Tú y yo seremos así?- me pregunta.

- Ojalá- respondo mientras observo cómo el anciano ayuda a subir a su mujer al autobús.

La instantánea de los abuelos hizo que, por un día, mi escepticismo quedara a un lado.