16 agosto 2006

Desde la sombra (III)

Entre las facturas y la propaganda, Dolores sacó del buzón una carta sin remitente. Sus manos temblaron. La persona que había expedido aquella carta era inconfundible. Nadie en la era de los ordenadores escribiría con una Olivetti, sólo él. Defecto profesional ¿Qué querría? ¿Por qué ahora? Subió corriendo hasta su casa, tiró el bolso en la mesa y se sentó en el sillón. A duras penas, sus dedos temblorosos rasgaron el sobre. Comenzó a leer.



Querida Lola,

GRACIAS. Si ahora lees estas líneas, has conseguido superar tu inmensa rabia hacia mí y abrir esta carta sin romperla en pedazos. En realidad, es lo que merezco, yo lo hubiera hecho, pero tú siempre fuiste más generosa que yo. Me parece estar viendo tu rostro, con la ceja arqueada, como siempre que algo te disgusta. Hasta enfadada te ves guapa. Perdona, no quiero que te enojes antes de empezar a leer.

Te preguntarás qué me impulsa a escribirte ahora. Ni yo mismo lo sé. Quizás sea el miedo a morir. Quizás sea la necesidad de compartir mi secreto. Necesito contarte por qué desaparecí de repente, tal vez sea la última vez que tengas noticias mías. Sólo quiero que sepas que los años que estuve contigo nunca te engañé con ninguna mujer. ¿Recuerdas aquellos viajes misteriosos que a tí tanto te escamaban? Siempre pensaste que tenía una amante. Sufriste mucho por ello, soy consciente, pero preferí alimentar tu desconfianza a darte a conocer la verdad. ¿Recuerdas que te decía que estaba grabando un documental en el Amazonas? Era mi tapadera cara al público, una justificación de mi ausencia en los medios de comunicación. La realidad era que me había infiltrado en una mafia de drogas y tratas de blancas. No podía meterte en ese mundo, lo entiendes ¿verdad? Si me pillaban, moriría yo. Pero si por un casual, alguien supiera que tú existías, hubieras sido la moneda de cambio. No podía permitir eso.

Al principio, fui un testigo mudo de aquellas operaciones de narcotráfico. Lanchas clandestinas que llegaban a costas gallegas. Blanqueamiento de cuentas millonarias. El Cangrejo había escalado posiciones a ritmo vertiginoso en el mundillo de las drogas, sus días como simple camello habían quedado muy atrás. Y yo era su único hombre de confianza. Luego vinieron las extorsiones, los secuestros, las misteriosas desapariciones. No pude soportarlo más. Le dije al Cangrejo que prefería manterme al margen de todo eso. Craso error. "Sabes que el que entra en este mundo, ya no sale" fueron sus últimas palabras.

Por eso desaparecí, Lolita. Ahora sabes cuál fue mi segunda vida, aquella por la que sacrifiqué la primera, ésa en la que tú estabas. La anulé para protegerte, aún sabiendo que te perdería. Espero que puedas perdonarme algún día.

Quema esta carta en cuento termines de leerla, podría comprometerte. Cuídate y sé feliz.





Dos lágrimas surcaron las mejillas de Dolores. Acercó una cerilla a la carta y contempló cómo el fuego reducía a cenizas su último recuerdo de Óscar.


2 comentarios:

Blogger Unknown ha dicho...

Te dejo un adios maldito en el que tambien van impregandas mis lagrimas.




Pronto vuelvo....

3:26 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

vaya ja.

Muy buena vida para vos.

8:51 p. m.  

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