Frío.
Frío en el ambiente.
Frío en el interior.
Frío en su interior.
Hacía semanas que no sentía nada, ni por ella ni por nadie. No echaba de menos a su (ex) marido. Su escarceo con Carlos terminó con un hasta nunca (era un estúpido egocéntrico). Quería poner un rumbo a su vida y no sabía por dónde empezar. Su vida actual era un cúmulo de (des) propósitos.
Los hermanos llegaron al pueblo y se instalaron en la antigua casa de sus abuelos. Alberto comenzó a trabajar en un pequeño almacén del pueblo y María encontró trabajo como secretaria en Santiago de Compostela. Hace un año, cuando Alberto trabajaba de informático, aceptar aquel trabajo de almacenero le hubiera parecido rebajar su estatus social. Ahora veía que ese puesto en el almacén era un regalo caído del cielo. Un trabajo honrado que le permitía vivir sin preocupaciones.
El cambio les sentó bien. Sus fantasmas quedaron en Madrid. En la Costa da Morte sólo existen fantasmas en las leyendas de las meigas.
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Javier partía rumbo a la sierra para esquiar. En vez de ir por la autopista, decidió atajar por una carretera regional para ahorrarse el atasco de tráfico. A mitad de trayecto vió un vehículo atravesado en el carril. La carretera era demasiado estrecha como para bordearlo, así que cuando estuvo a dos metros de distancia, se detuvo y salió del coche para ver qué sucedía.
- Disculpe, ¿le ocurre algo?- preguntó Javier.
No podía distinguir a la persona que se encontraba en el interior del coche. Las lunas eran tintadas. La puerta del vehículo se abrió y un hombre corpulento salió de él. Debía de medir más de dos metros. Su cara de pocos amigos no le inspiró demasiada confianza.
- Mira quién está aquí... Llevo meses buscando este momento- dijo el coloso con una voz grave.
- Oiga, no sé de qué me habla- contestó Javier. Su instinto le anunciaba un serio peligro.
- ¿No lo sabes? Te refrescaré la memoria... El día que secuestraron a tu amiga en el restaurante chino, tú llamaste a la policía. Fue un fallo técnico nuestro, lo reconozco, pensábamos que ella venía sola. Pero da igual, estuviste a punto de echar por la borda toda nuestro operación. Mira chico, en el ambiente en el que me muevo, el que la hace, la paga. Y ya es hora de cobrar.
Javier notaba cómo perlas de sudor frío inundaban su frente. Sus piernas comenzaban a flaquear. El corazón le bombeaba demasiado deprisa. El pánico estaba invadiendo su cuerpo. Contempló atónito cómo aquel gigante sacaba un arma de su bolsillo y le quitaba el seguro. Una detonación se escuchó en los alrededores de la sierra.
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Nota: Javier, María, Alberto y Marta son personajes circunstanciales de esta tragicomedia llamada vida. Sus historias no tienen final porque la vida da tantas vueltas como el tiempo en las cuatro estaciones. El desenlace queda abierto a la imaginación del lector.