Desde la sombra (I)

Razona. Si estuvieras muerta, no pensarías. Ego cogito, ergo sum. La frase de Descartes no es muy tranquilizadora, porque puedo rebatirla. Si estuvieras dormida, podrías despertarte. No puedo, ergo estoy muerta. La filosofía no me da respuesta. ¿Dónde me hallo? ¿Estoy viva o muerta? Un momento. Creo que escucho algo.
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El cambio les sentó bien. Sus fantasmas quedaron en Madrid. En la Costa da Morte sólo existen fantasmas en las leyendas de las meigas.
No podía distinguir a la persona que se encontraba en el interior del coche. Las lunas eran tintadas. La puerta del vehículo se abrió y un hombre corpulento salió de él. Debía de medir más de dos metros. Su cara de pocos amigos no le inspiró demasiada confianza.
- Oiga, no sé de qué me habla- contestó Javier. Su instinto le anunciaba un serio peligro.
Javier notaba cómo perlas de sudor frío inundaban su frente. Sus piernas comenzaban a flaquear. El corazón le bombeaba demasiado deprisa. El pánico estaba invadiendo su cuerpo. Contempló atónito cómo aquel gigante sacaba un arma de su bolsillo y le quitaba el seguro. Una detonación se escuchó en los alrededores de la sierra.
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Nota: Javier, María, Alberto y Marta son personajes circunstanciales de esta tragicomedia llamada vida. Sus historias no tienen final porque la vida da tantas vueltas como el tiempo en las cuatro estaciones. El desenlace queda abierto a la imaginación del lector.