03 julio 2006

Las cuatro estaciones - Invierno

Al despertar, Marta se extrañó del silencio que había en su casa. Normalmente a aquellas horas había un gran barullo en la calle por el tránsito de los coches. Abrió las persianas y descubrió una pintoresca estampa. Las aceras, los tejados, las farolas estaban pintadas de blanco. Había caído una gran nevada. Sintió cómo el frío entraba por las ranuras de las ventanas.

Frío.
Frío en el ambiente.
Frío en el interior.
Frío en su interior.

Hacía semanas que no sentía nada, ni por ella ni por nadie. No echaba de menos a su (ex) marido. Su escarceo con Carlos terminó con un hasta nunca (era un estúpido egocéntrico). Quería poner un rumbo a su vida y no sabía por dónde empezar. Su vida actual era un cúmulo de (des) propósitos.

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Volver a Finisterre fue la mejor decisión de su vida. Desde su ruptura con Marta, Madrid se había convertido en una cárcel. Se estaba ahogando en la vorágine de aquella gran ciudad, donde no era más que un peatón solitario, un número en la lista del paro, un huésped desconocido en una triste pensión de tres al cuarto. Una sombra en resumidas cuentas. Un buen día, Alberto decidió hacer las maletas y dejar la gran ciudad. Le propuso a su hermana venirse con él. María estaba pasando una mala racha. El breve secuestro le había dejado como secuela una crisis nerviosa permanente. Aceptó la propuesta de inmediato.

Los hermanos llegaron al pueblo y se instalaron en la antigua casa de sus abuelos. Alberto comenzó a trabajar en un pequeño almacén del pueblo y María encontró trabajo como secretaria en Santiago de Compostela. Hace un año, cuando Alberto trabajaba de informático, aceptar aquel trabajo de almacenero le hubiera parecido rebajar su estatus social. Ahora veía que ese puesto en el almacén era un regalo caído del cielo. Un trabajo honrado que le permitía vivir sin preocupaciones.

El cambio les sentó bien. Sus fantasmas quedaron en Madrid. En la Costa da Morte sólo existen fantasmas en las leyendas de las meigas.

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Javier partía rumbo a la sierra para esquiar. En vez de ir por la autopista, decidió atajar por una carretera regional para ahorrarse el atasco de tráfico. A mitad de trayecto vió un vehículo atravesado en el carril. La carretera era demasiado estrecha como para bordearlo, así que cuando estuvo a dos metros de distancia, se detuvo y salió del coche para ver qué sucedía.
- Disculpe, ¿le ocurre algo?- preguntó Javier.

No podía distinguir a la persona que se encontraba en el interior del coche. Las lunas eran tintadas. La puerta del vehículo se abrió y un hombre corpulento salió de él. Debía de medir más de dos metros. Su cara de pocos amigos no le inspiró demasiada confianza.

- Mira quién está aquí... Llevo meses buscando este momento- dijo el coloso con una voz grave.

- Oiga, no sé de qué me habla- contestó Javier. Su instinto le anunciaba un serio peligro.

- ¿No lo sabes? Te refrescaré la memoria... El día que secuestraron a tu amiga en el restaurante chino, tú llamaste a la policía. Fue un fallo técnico nuestro, lo reconozco, pensábamos que ella venía sola. Pero da igual, estuviste a punto de echar por la borda toda nuestro operación. Mira chico, en el ambiente en el que me muevo, el que la hace, la paga. Y ya es hora de cobrar.

Javier notaba cómo perlas de sudor frío inundaban su frente. Sus piernas comenzaban a flaquear. El corazón le bombeaba demasiado deprisa. El pánico estaba invadiendo su cuerpo. Contempló atónito cómo aquel gigante sacaba un arma de su bolsillo y le quitaba el seguro. Una detonación se escuchó en los alrededores de la sierra.

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Nota: Javier, María, Alberto y Marta son personajes circunstanciales de esta tragicomedia llamada vida. Sus historias no tienen final porque la vida da tantas vueltas como el tiempo en las cuatro estaciones. El desenlace queda abierto a la imaginación del lector.

6 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Decirte esto no suena bien, pero te confieso que tus cuatro estaciones ha sido de lo mejor que he leído últimamente. Solo me queda agradecértelo.

Pienso que serías una gran escritora de novelas y yo un fiel lector de todas ellas.

He decidido dejar de escribir en mi blog.

Un abrazo

11:02 a. m.  
Blogger Insomne ha dicho...

Si eres quien yo pienso, me da muchísima lástima este comentario. Espero que, aunque no escribas cara a la blogosfera, no dejes de escribir nunca, porque lo haces de forma impecable.
Eres un gran humanista, ya lo sabes. Captas muy bien la esencia del comportamiento humano y eso es vital para escribir bien.
Un beso.

11:26 a. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Gracias, no dejaré de leerte.

otro b.

1:44 p. m.  
Blogger Arte ha dicho...

Te sigo leyendo.
saludos.

5:40 p. m.  
Blogger alexA platoanA ha dicho...

frío, azul, intenso, sobre el blanco, frío de no sentir, de escarcharse en una historia, de dentener el tiempo entre nubes de vapor, frío de contar historias para apenas calentarnos un pokito, frío de manchas, de mechas ke no se encienden, o de las otras, las ke no se apagan cuando las soplan, cuando todos dejaron de cantar -y terminan siendo apenas un fuego fatuo, sin símbolo, de pura broma. frío de intensidades...

5:08 a. m.  
Blogger Rotcéh Sanedrác ha dicho...

¡qué genial y seco frío!

4:10 a. m.  

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