23 septiembre 2006

Amnesia (II)

Bajo la fotografía de la empresa Intelec, el periódico recogía los nombres de los integrantes del grupo. El hombre al que Alicia estaba agarrada se llamaba Daniel Guerrero. Aquel nombre no le decía nada. La densa niebla de su amnesia seguía siendo inescrutable. Tal vez, si introducía ese nombre en un buscador de Internet, podría tener alguna pista de su pasado.

- Daniel Guerrero, 15.000 entradas en Internet- murmuró contemplando atónita la pantalla del ordenador- Director de la empresa Intelec aparece muerto en su domicilio... Las pruebas apuntan a un posible suicidio. Vamos a ver alguna foto tuya...

Pulsó la opción "Imágenes" y aparecieron varias fotos de Daniel Guerrero con su acompañante, Alicia. Otra vez su nombre. Cerró fuertemente los ojos como si quisiera exprimir los recuerdos asociados a ese hombre que debían de hallarse en algún lado de su mente. Nada. Un agujero negro. Su intuición le avisaba de algo extraño, turbio, pero no podía visualizar el peligro. Notó la presencia de alguien tras ella. Era Mario, contemplándola cabizbajo.

- ¿Tú sabes algo de todo esto? ¿Quién es él?-preguntó Alicia a bocajarro señalando las fotografías que aparecían en la pantalla del ordenador- Dime lo que sepas, por favor, porque si no lo haces, voy a volverme loca.

- Este momento iba a llegar tarde o temprano- susurró sin atreverse a mirarle a los ojos- Te contaré la historia desde el principio, para que comprendas la situación. Daniel y yo éramos socios de la empresa Intelec. El negocio empezó a marchar bastante bien hace un par de años y comenzamos a codearnos con gente poderosa. Por aquel entonces, apareciste tú en la vida de Dani. Él te quería a su manera. Para él eras una muñeca de cristal que no podía entrar en contacto con la perdición de su mundo. Por este motivo te ocultó los negocios millonarios con altos cargos políticos. Yo mismo desconozco lo que manejaba entre manos, se llevó su secreto a la tumba. Estos negocios le llevaban a ausentarse varias semanas, tú te sentías bastante sola. Y me convertí en tu confidente o tu paño de lágrimas, llámalo como quieras. No había secretos para los dos. Y yo, que soy imbécil, me enamoré de tí, aunque tú nunca me corresponderías. Pero aún no toca hablar de esto... Alguna nota de los negocios de Daniel debió de sonar desafinada, porque un día aparecieron dos hombres extraños en la oficina. Después de reunirse con ellos durante un par de horas, Daniel salió con la cara desencajada. Se fue de la oficina y ya nunca volvió. Fue el día que se pegó un tiro en la cabeza.

Cuando te enteraste de la noticia, saliste de estampida de tu despacho. Te iba a preguntar si querías que te llevara, estabas como un ramillete de nervios, pero no me dio tiempo. Mi pregunta se desvaneció con un portazo. Así que te seguí en mi coche. Ibas deprisa por la carretera, demasiado deprisa y en una curva derrapó el coche y sufriste el accidente que te desmemorió. Bajé corriendo del coche y ví que te habías golpeado la cabeza, no respondías a mis preguntas. No esperé a que llegara ninguna ambulancia, te llevé yo mismo al hospital. Allí pasaste una semana en observación, habías perdido la memoria. Nadie te visitó, sólo el último día aparecieron tus padres y me preguntaron si yo era tu novio. Callé durante unos segundos y después de mis labios brotó el monosílabo que conduciría a toda esta farsa. Dije "Sí". Quería protegerte de los daños colaterales que podían conllevar los negocios de Daniel, pero sobre todo quería protegerte de tu soledad. Joder, sé que es egoista lo que hice, que no tengo derecho y que quizás no me perdones nunca, pero sólo vi esa salida. Y estos meses por lo menos te he visto sonreir. Y eso es todo lo que puedo decirte.

Alicia tenía la mirada clavada en él, incrédula, como si la historia que hubiera escuchado perteneciera a otra persona. Estaba turbada, tenía una extraña mezcolanza de sentimientos.

- Has sido mi angel de la guarda, pero también mi carcelero, Mario-dijo por fin arrastrando las palabras- No sé si abofetearte o abrazarte. No me hagas decidir ahora, déjame sola.

17 septiembre 2006

Amnesia (I)

Volvió a mirar por enésima su carnet de identidad para recordar quién fue.

Nombre: Alicia
Primer apellido: Suárez
Segundo Apellido: Moreno
Nació en Santander el 9-08-1978
Hija de Manuel y Carmen

Sólo veía números y datos. Códigos crípticos que le impedían entender quién era ahora. Desde su salida del hospital, había intentado recordar una y otra vez qué tipo de persona fue antes del accidente, pero en su mente se creaba una densa niebla imposible de atravesar y todo seguía como antes. En aquella casa ni siquiera había fotos, ni cuadenos ni diarios que le pudieran dar una mínima pista de su antigua vida, de su personalidad. Cada objeto era un enigma. Salir a la calle se había convertido casi en un reto. Mucha gente le saludaba por las calles. Ella se limitaba a sonreir y corresponder el saludo, para luego salir huyendo para evitar una violenta conversación con aquellos amables desconocidos.

Mario insistía en que tenía que llevar una vida normal, salir a la calle para superar sus miedos. La vida seguía y no podía obsesionarse con recordar su pasado, tenía que vivir el presente y construir un futuro. Alicia se abrazaba a él, como el que se agarra a un clavo ardiendo. Tampoco recordaba su vida anterior con ese chico cariñoso y amable que decía ser su novio, pero él le proporcionaba una sensación de refugio y calma que contrastaba con la angustia que le provocaba su laguna mental. Se había convertido en el eje de su vida.

Aquel sábado Mario había tenido que ir a trabajar a la oficina. Volveré después de comer, no te preocupes. Le besó en la frente y se marchó. Alicia cogió un libro de las estanterías, "Los diez negritos" de Agatha Christie. Pasar la mañana disfrutando del relato de un juego macabro le pareción buena idea. Se sentó en el sofá de cuero verde y abrió el libro. Un recorte de periódico se deslizó entre las hojas y cayó al suelo. Alicia se apresuró a recogerlo. La empresa Intelec recibe el premio Innovación 2003... leyó. Aquella noticia tenía ya tres años. En el recorte aparecía una imagen del grupo premiado.

- Anda, si está aquí Mario- sonrió contemplando su rostro en la fotografía del diario- Qué joven se le ve... Y mira... ¡ésta soy yo! Ya era hora de que me viera en alguna fotografía. Un momento - frunció el ceño- ¿A quién estoy agarrada? Dios mío... ¿Quién es éste hombre?

Aquel rostro le resultaba vagamente familiar. Un extraño presentimiento le agarrotó el pecho.

05 septiembre 2006

El día después

Tanteo en la mesilla en busca del interruptor de la lámpara de la mesilla. Algo se desliza entre mis dedos. El impacto del objeto contra el suelo retumba en mi cabeza. Qué terrible resaca. Cuando finalmente alcanzo el escurridizo interrumptor, la tenue luz alumbra los vestigios de la noche anterior. Un cenicero lleno de colillas, dos copas junto a una botella vacía de vino, las sábanas arrebujadas al otro lado de la cama. Me incorporo y la noche de ayer retorna a mi cabeza.

Tu voz al teléfono sonaba firme, segura. Dijiste que pasarías por casa un rato. Subiste por la escalera y te quedaste un par de minutos en el rellano. Podía oir tu respiración agitada al otro lado de la puerta. Finalmente tocaste el timbre. Hacía un año que no nos veíamos. Te invité a pasar y nos servimos un par de copas de vino. Empezaste a hablar sin parar, evitando crear silencios incómodos. Yo te contemplaba callada, muda. Mi silencio te desconcertaba, no podías sostenerme la mirada más de cinco segundos seguidos. Me acerqué más a tí, aunque las palabras seguían sin brotar de mis labios. Podía sentir la tensión que transpiraba cada uno de los poros de tu piel. Los papeles había cambiado.

Antes amor con deseo,
ahora deseo sin amor.
Tus suspiros llenan
el vacío de mi cuerpo.

El sonido del teléfono me saca de mis pensamientos. Descuelgo y al otro lado del auricular se oye una voz ronca dándome los buenos días. Callo. Por un momento pienso en colgar el teléfono, pero recapacito. Me dice que le gustó recordar los viejos tiempos conmigo. Una sonrisa irónica se dibuja en mi cara

- Yo también recordé aquellos tiempos- comienzo a decir con dulzura- Al contemplar tu miedo ayer al entrar en casa, me acordé del pánico que me daba decirte las cuatro verdades que necesitabas escuchar, temiendo perderte. Recordé mi falta de confianza, engendrada por todas tus mentiras. Ya ves... ahora los papeles han cambiado. Ayer abriste la caja de Pandora. No vuelvas a hacerlo nunca.- Cuelgo el teléfono.

El interlocutor escucha atónito el ruido de la línea, sin poder siquiera pestañear. Y es que la venganza siempre se sirve en plato frío.