26 junio 2006

Las cuatro estaciones - Verano

El aire acondicionado de aquel bar era como un oasis en medio del desierto. Agosto era un mes infernal. El sol derretía el asfalto y el calor era tan sofocante que parecía imposible respirar. Al fondo del bar, en una mesa retirada del resto, Alberto conversaba con Pedro.

- Esto se me está haciendo cuesta arriba, tío. Sin trabajo y ahora, casi sin mujer...- Alberto acabó la frase con un hilo de voz.

- ¿Qué dices? ¿Estás mal con Marta? Pero si parecéis la pareja perfecta- dijo Pedro. No podía dar crédito a las palabras de su amigo.

- Ojalá... Todo esto empezó hace tres meses... -Alberto tomó aire antes de continuar- Creo que Marta me la está pegando con ese medicucho que trabaja en su planta -Alberto dio un gran trago a su cerveza- Ese cabrón anda tras las faldas de mi mujer desde que ella entró a trabajar en el hospital. Y ya ves, va a resultar que el que la sigue, la consigue.

- Vaya... No sé qué decirte...

Alberto recordó con sorna la historia de Heráclito el Oscuro. El filósofo se había hecho enterrar en estiércol para curar su hidropesía.

- Pues así estoy yo, Pedrito, con la mierda hasta el cuello y sin curación posible.

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Marta solía aprovechar las pocas tardes libres que tenía al mes para disfrutar de una película en el sofá junto a su marido. Pero aquella tarde Alberto no estaba en casa. La situación entre ellos estaba muy tensa desde hacía tiempo. Concretamente, desde el 25 de Mayo. La noche de aquel día había entrado a casa de madrugada y había visto en la mesa una exquisita cena ya fría y dos velas consumidas. Su marido la escrutaba en silencio pidiendo una explicación. El alma se le cayó a los pies. Había olvidado su aniversario de bodas. Pidió mil y una disculpas. Le explicó que había salido a tomar un par de copas con Carlos para relajarse un poco, nada más. Al oir ese nombre, su marido se encendió y montó en cólera.

- Marta, son las 3 de la mañana. A estas horas ya no hay bares abiertos, no me jodas.

Había sentido muchos remordimientos por aquella noche, eso que no había pasado nada con Carlos. Él aún se sentía atraído por Marta y ella había entrado en el juego del coqueteo. Apenas salía por culpa del trabajo y su marido estaba apático con ella (y con todo) desde su despido. Por eso le gustó sentirse deseada. Por eso pasó una velada maravillosa con Carlos. Pero la estaba pagando a un precio demasiado elevado. Los celos de su marido no le dejaban vivir. Alberto recelaba de sus turnos de noche, cuando en realidad, no tenía otro remedio que hacerlos si querían llegar a fin de mes. Aquella situación resultaba insufrible y ella empezaba a estar ya harta.

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Eran las once de la noche y en el edificio de oficinas de la Gran Vía se veía una luz encendida. Javier y María trabajaban en el cierre de presupuestos previo a las vacaciones.

- Estos malditos documentos me están trayendo por la calle de la amargura. Y lo que nos queda... Esta va a ser una noche larga. ¿Por qué no dedicaríamos nuestras vidas a ser Hare Krishna? Con nuestras margaritas, nuestros cánticos, en paz y armonía con el mundo. Tú estarías preciosa envuelta en un sari- dijó Javier sonriendo.

- Sí, tú también estarías lindísimo con la cabeza afeitada al cero y una túnica naranja- contestó irónicamente María- Oye, aún no hemos cenado nada. ¿Hacemos un descanso de media hora y vamos a por algo de cenar al restaurante chino que hay junto a la estación? Tienen la cocina abierta las 24 horas.

A Javier le pareció buena idea. Con aquella vorágine de trabajo se le había olvidado satisfacer sus segundos instintos primarios. Bajaron al garaje y fueron en coche hasta el restaurante. María bajó del vehículo.

- Entonces pido arroz tres delicias y chop suey ¿correcto? Mira, tienes un sitio libre un poco más adelante. Esta calle es muy estrecha, no puedes dejar el coche en doble fila.

Javier vio como su compañera de trabajo se adentraba en el restaurante por el espejo retrovisor.

- Qué bien le sientan los trajes a esta chica- pensó.

Una vez aparcado el coche, Javier ojeó el periódico del día anterior para hacer tiempo. Le dio tiempo a leérselo entero y fumar tres cigarros. María estaba tardando demasiado. Salió del coche y se dirigió al restaurante. Las persianas del comercio estaban echadas y las luces del interior apagadas. Y ni rastro de María en toda la calle.

4 comentarios:

Blogger Javier Alonso ha dicho...

Genial...

Estoy atrapado en tus cuatro estaciones. Espero que después del invierno venga una nueva primavera.
Gracias, un gran placer, estoy entusiasmado por tu culpa.

Espero la próxima entrega con ansiedad. Lo haces muy bien, extraordinariamente bien.

Un abrazo.

6:22 p. m.  
Blogger Arte ha dicho...

exelente! cada viaje a cada estacion...
saludos.
diego.

7:15 p. m.  
Blogger Insomne ha dicho...

Supongo que la vida puede cambiar tanto como el tiempo de una estación a otra. Gracias por estar ahí.

2:41 p. m.  
Blogger Javier Alonso ha dicho...

Como soy tan egoista me hago dueño de tu comment, aunque lo hayas escrito a "Arte".

Me gusta mucho pasar por tu casa y leer todo lo que escribes.

Buenas tardes Madame.

8:04 p. m.  

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