Las cuatro estaciones - Primavera

- Joder, este polen me va a matar... - murmuró para sí Javier después del enésimo estornudo del día. Iba de camino a la oficina y tenía que atravesar aquel parque que era su cruz del mes de mayo. Donde los demás veían un bello jardín de flores, él veía un foco de estornudos, picores y lágrimas. Si su astenia primaveral no era suficiente tortura, para colmo de males, esa tarde llegaban unos clientes de Barcelona.
- Un bonito día, sí, señores...- farfulló.
Al menos, el día tenía un pequeño aliciente, María, una becaria que había comenzado a trabajar en aquella triste oficina hacía pocos meses. Era una belleza morena, de curvas espectaculares, que alegraba la vista a cualquiera. Las penas no eran tan duras cuando entreveía sus piernas por la mesa del despacho.
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Las siete sinfonías del Apocalipsis resonaban en la cabeza de María. Tenía una resaca monumental y aún le quedaban tres horas para salir de trabajar. La tarde anterior había quedado a tomar un café con una vieja amiga. El café dio paso a las cervezas, y las cervezas a las copas. Habían acabado en un antro terrible rodeadas de híbridos de pulpo y buitre. María les sonreía, sabía que le invitarían a copas con el sueño de llevársela a la cama. Era muy consciente del impacto de su físico. Sin ir más lejos, estaba harta de las miradas que lanzaba su compañero de trabajo a su escote.
De repente, recordó que aún no había colgado en la red el currículum que le había dejado su hermano.
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Marta había terminado su turno. La guardia de aquella noche había sido terrible, no había dormido nada. Dos partos y tres accidentes que resultaron mortales. Vida y muerte en paralelo. Qué paradoja. Se cambió y se miró en el espejo de los servicios del hospital. El cansancio había hecho mella en su rostro. Aquellas ojeras le hacían cinco años mayor. Salió al pasillo y se cruzó con Carlos, un residente de su planta.
- ¿Has acabado ya? Vaya, pareces cansada... Tanto trabajo es perjudicial para la salud ¿lo sabes, verdad? Oye, yo termino ahora, ¿te apetece tomar algo en el bar de la esquina y así te relajas un poco?
Marta se encogió de hombros. Sus últimas semanas se habían limitado a un lineal despertar-autobús-trabajo, así que no le pareció mal saltarse un poco la rutina. Esperó a que Carlos se cambiara y llamó a su marido. Un tono, dos tonos, tres tonos... No cogía el teléfono. Le dejó un mensaje en el buzón de voz.
- Alberto, soy Marta. Llegaré tarde, no me esperes para cenar.
5 comentarios:
Vaya... que buenos mini-relatos. EL final es tan ácido como real. Me han encantado Madame, no es complacencia gratuita, se lo digo con la verdad.
Espero poder seguir disfrutando de su literatura.
Un placer, lo reitero.
Es un elogio viniendo de alguien que escribe como vos, Milord. Esta noche de insomnio voy a quemar mis desvelos junto a la hoguera. Feliz noche de San Juan.
si tan solo dejaramos de quejarnos el paisaje seria un poco mas claro. Buen trabajo.
Y luego Alberto salió a buscar a Marta pero se encontró con María. Y María le contó sobre Alberto a Alberto y descubrieron que no tenían madre común ni nada, sino que era el capitulo final de un libro de houellebecq.
Saludos!! Me encantó, de verdad.
Gracias por descubrirme a Houellebecq, Andrea. Es tremendamente cáustico. Me gusta.
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